domingo, enero 17, 2010

Cuatro tipos de Amor y un Respiro

Tres Viejos sin importancia

Aún era temprano cuando un considerable grupo de policías llegó a La esquina del viejo Luís. Lo que hicieron fue gritar al tiempo que golpeaban una puerta de madera, pintada de verde y con el número 11 - 71. Al abrir doña Eva, los uniformados le colocaron un papel en sus manos, y de inmediato rayaron con sus botas negras las baldosas rojas y blancas, dejando a un lado a don Rosso, que parece dormir en una mecedora, junto a una matera vacía; doña Eva se queda a un lado de la calle. El negro, que hace unos minutos se encontró un bonito reloj, pasa pedaleando con una chancleta azul y otra rosa.

De vez en cuando algunos potes son vaciados sobre la calle; Don Rosso sigue haciéndose el dormido, y una colilla de cigarrillo cruza bajo las piernas de Fosforito. A ratos se detiene por culpa de alguna piedra, o un poco de basura amontonada, pero cuando sucede eso, como si el deber fuera la navegación del cigarrillo, dos policías vuelven a desocupar cubos y potes, todos salidos de la casa de la señora Eva. A lo largo de la calle, bordeando con la acera alumbrada de la mañana, el guarapo de la señora Eva arrastra una envoltura de caramelo sabor fresa, un chito, un pedazo de hoja de cuaderno, y también la colilla de un cigarrillo. Fosforito y dos amigos están sentados en la acera, mirando el río pasar; vistas desde el suelo, las piernas de los tres hombres parecen una serie de puentes.

Al llegar Fosforito, Carmito y Venancio ya estaban en La esquina del viejo Luís. Ellos vieron cuando la policía entró y empezó a botar el guarapo a la calle. Fosforito no dijo nada y se sentó en la acera; luego Carmito y Venancio también se sentaron sin decir nada. Veían a los policías entrar y salir de la casa de la señora Eva, y la señora Eva a ratos los miraba a ellos, y los tres lo sabían.

La idea parecía ser estar allí para sólo mirar, algo así como respetar el horario pero sin cumplir. La señora Eva los atiende bien, a veces hasta animosa, y el señor Rosso nunca molesta, ni siquiera opina. El guarapo de la casa de la señora Eva es dulce y con cuncho, y a los tres viejos les gusta beber todos los días allí. De nuevo un policía saca un balde, y lo arroja a la calle; junto a la acera, del lado que hace sol y tres viejos están sentados, un charco se renueva, llevándose un cigarrillo que había quedado atrapado en un poco de basura.

El patrullero Arguello le hace una seña al patrullero Benavides, y los dos se ríen. El viejo Venancio parece jugar con un charquito de guarapo; revuelve un poco con sus dedos y se aburre. Carmito se da cuenta que los policías se burlan de ellos y por eso sigue mirando al suelo. Fosforito sabe que Carmito se siente mal porque no está bebiendo y que Venancio no va a demorar en llevarse los dedos a la boca.

Lo normal es que lleguen en la tarde los demás, porque el grupo de viejos es grande y lamentable. La señora Eva les sonríe a todos, y todos pagan lo que beben, pero los distinguidos son Fosforito, Carmito y Venancio. Son los más viejos, los primeros en llegar y los últimos en irse. Sin importar cómo, los tres pagan y se van tambaleando. Carmito siempre usa una camiseta amarilla de Hipinto, y la señora Eva siempre le dice que le gusta el color amarillo. Fosforito lo sabe, por eso siempre bebe con Carmito; Venancio también lo sabe, pero lo que hizo fue conseguir un pantalón amarillo, pero la señora Eva jamás le ha dicho que le gusta ese color. Venancio hoy se trajo el pantalón de rayas grises y negras, y Carmito tiene la camiseta de Hipinto, Fosforito se lo esperaba.

En La esquina del viejo Luís, a una calle del mercado y a dos del prostíbulo de Maruja, un grupo de policías entra y sale de la casa 11 – 71; la señora Eva, de pie junto a la puerta, los mira pasar; en la mano izquierda cuelga un papel blanco, y en la otra un cigarrillo deja escapar unos suaves movimientos de humo azul.

Carmito y Venancio siguen mirando el charco y sus dedos se deslizan por el guarapo que pasa despacio. Carmito está molesto porque había trabajado y eso de trabajar no le gusta, y Venancio no está molesto porque ni lo intenta, pero sí triste porque no está bebiendo. Son sólo tres viejos sin importancia, tres bebedores de guarapo de más de sesenta años, mal vestidos, canosos, uno de ellos casi calvo, de rostros rojos y por lo general sonrientes. Y fue Fosforito, el de la mitad, el de los zapatos de gamuza, sin medias, pantalón negro y una camisa de rayas, el que se levantó, cruzó la calle, esquivó al negro que seguía pedaleando con una chancleta azul y otra rosa, no miró a los policías, sí miró a la señora Eva y le sonrió, dejó atrás una matera, y con ella a don Rosso, que parecía ya dormir demasiado, y agarró un vaso de la cocina.

De la misma forma que se fue, Fosforito regresó a la acera; los policías lo vieron y volvieron a reírse al tiempo que desocupaban otro bote. Venancio y Carmito no lo podían creer cuando vieron a fosforito llenando el vaso con el guarapo que en ese momento volvía a pasar por el borde de la acera, y por supuesto, también se rieron y se levantaron para hacer lo mismo.


Tres viejos sin importancia, fue publicado en el libro "Demasiado jóvenes para morir" (2008), antología de cuentos regionales.


El Amor

por Khalil Gibran

Cuando el amor os llame, seguidlo

Y cuando su camino sea duro y difícil,

y cuando sus alas os envuelvan, entregaos.

Aunque la espada entre ellas escondida os hiera.

Y cuando os hable, creed en él.

Aunque su voz destroce nuestros sueños,

tal como el viento del norte devasta los jardines.


Porque, así como el amor os corona, así os crucificará.

Así como os acrece, así os poda.

Así como asciende a lo más alto y acaricia vuestras tiernas ramas,

que se estremecen bajo el sol, así descenderá hasta vuestras

raíces y las sacudirá en un abrazo con la tierra.


Como trigo en gavillas él os une a vosotros mismos.

Os desgarra para desnudaros.

Os cierne, para libraros de vuestras coberturas.

Os pulveriza hasta volveros blancos.

Os amasa hasta que estéis flexibles y dóciles.

Y os asigna luego a su fuego sagrado,

para que podáis convertiros en sagrado pan

para la fiesta sagrada de Dios.


Todo esto hará el amor en vosotros para que podáis conocer

los secretos de vuestro corazón y convertiros,

por ese conocimiento,

en un fragmento del corazón de la Vida.


Pero si, en vuestro miedo, buscáreis solamente la paz

y el placer del amor, entonces,

es mejor que cubrais vuestra desnudez

y os alejeis de sus umbrales

hacia un mundo sin primaveras donde reireis,

pero no con toda vuestra risa,

y llorareis, pero no con todas vuestras lágrimas.


El amor no da más a sí mismo y no toma nada más que de sí mismo.

El amor no posee ni es poseído.

Porque el amor es suficiente para el amor.


Cuando améis no debéis decir: Dios está en mi corazón,

sino más bien: Yo estoy en el corazón de Dios.


Y pensad que no podéis dirigir el curso del amor

porque él si os encuentra dignos, dirigirá vuestro curso.


El amor no tiene otro deseo que el de realizarse,

pero, si amáis, y debe la necesidad tener deseos,

que vuestros deseos sean estos:


Fundirse y ser como un arroyo que canta su melodía a la noche.

Saber del dolor de la demasiada ternura.

Ser herido por nuestro propio conocimiento del amor.

Y sangrar voluntaria y alegremente.

Despertarse al amanecer con un alado corazón

y dar gracias por otro día de amor.

Descansar al mediodía y meditar el éxtasis de amar.

Volver al hogar con gratitud en el atardecer.

Y dormir con una plegaria por el amado en el corazón

y una canción de alabanza en los labios.


KHALIL GIBRÁN (1883-1931)

poeta, pintor, novelista y ensayista libanés

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El sofá

Necesito el dinero, repetía una y otra vez. El taxi se detuvofrente a una casa blanca de dos pisos; las dos muchachas uniformadas descendieron del auto y entraron en ella.

Cruzando por un pasillo angosto de la casa Alicia midió por primera vez la estatura de Juana, e inevitablemente se imaginó a sí misma como una jirafa acompañada de un enano. Ya vuelvo, seguramente debo despertar a mi tía y para que sepas está bastante enferma. Alicia no dijo nada y prefirió dejarse caer sobre el sofá. Miró el lugar y pensó que era horrible, pero aún así se sentía extrañamente bien. Lo que le gustaba era el sofá; en el de su casa, o el de cualquier otra, ella se sentía más como una rama extendida por el cielo, desproporcionada ante su realidad de 12 años. Pero ahí las dimensiones de sus piernas, brazos y cuello se habían encogido.

Echó una hojeada para no encontrarse con nadie. Tal vez la tía de verdad esta enferma, pensó momentáneamente, pero lo olvidó prefiriendo verse a sí misma como una criatura diminuta hundiéndose en un sofá de gelatina.

Dos píes diminutos aparecen y empiezan a desciender por la escalera; Alicia cierra los ojos y finge dormir profundamente, esperando ingenuamente que la dejen acostada allí, como una pequeña niña en medio de la noche.

Sol halabi Niña en sofa

Aire-cielo

Aire

Desde la cajita

Se escucha el viento

Escrito por las voces de los niños

Trepados en sus juegos

Haciendo círculos

Hacia el valle


Cielo

Por en medio de mis pies

Va el agua

Por en medio de la ramas

-Pestañas sobrenaturales-

Va mi mirada


Aire

En un resquicio

Se deconstruye el presente

Con el canto de los loros

Llegamos a la meseta

El resplandor de las mil ventanas

Retumba en la montaña


Cielo

Mara-brilloso

Despertar

Salir

y

Sol-prenderse


Gracias a Miguel por los cuentos, al Chemas por Gibrán, al hombre del respiro y la canción. Y claro, a todos ustedes... un abrazo.

Los AmAmOs

J1J2J3...J7


2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡¡OOOHHH!!

Anónimo dijo...

aparte de los errores tontos de edición, OJO, todo bien