miércoles, agosto 23, 2006

E S P E C I A L: Todos los cuartos abiertos!

E L S A L Ó N

(Decidimos botar la casita por la ventanita... Este recorrido tomará su tiempo pero valdrá la pena... Es que estamos de celebración... Festejando estar vivos otro rato).

A J. Diego "La Matraquita" Moreno.
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Hay cumpleaños buenos y cumpleaños malos. Los hay sin tortas pero con mucho dulce; solitarios pero rodeados de abrazos de todo calibre; sin fiestas pero con breves veladas (y tantos, tantos detalles sin uso de papel moneda...).

Para honrar a quienes siguen cumpliendo años en esta bella vida resolvimos soltar en El Jardín a la fiera mayor, el rey de la selva de Bolombolo, el cazador de efímeros arreboles: León de Greiff.

Con dos garradas esta fiera nos enseñará su intrépido camino por las palabras de una poesía vital, sonora y metafísica. Con estas dos muestras acechamos una mente felina que con ímpetu nos recuerda que “todo no vale nada, si el resto vale menos” y que “si todo ha de finar y concluir…: sabio es vivir viviendo a toda hora (…) sin cesar, sin cejar y erigir: y erigir a lo efímero, de lo efímero, con lo efímero”.

Pero Leo no estará solo. Dos voces machas, ¡pero con mucha hembrura!, le envían afectos a un inquilino de esta casa (Don Diego, otra vez usted): Mario Benedetti y Jaime Sabines. Además, en El Estudio tenemos el agrado de presentar a uno de los grandes desconocidos en el mapa literario colombiano: Jaime Barrera Parra. Con la ayuda de la mano amigable de Rymel Serrano presentamos un merecido retrato de este escritor santandereano. Al final del recorrido se encontrarán a Barrera Parra haciendo un retrato sobre otro empolvado: el poeta de Nueva York, pero piedecuestano de cuna, Luís Carlos Sepúlveda.
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Esta casita es de ustedes, ¡gózencela!
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E L J A R D Í N

Balada de la fórmula definitiva y paradojal

A Tisaza y Jovica;
Locos también

I

Necias disquisiciones de fastidiosa ética:
mi cabeza, la ilusa, anda muy mal de juicio…
(peor la flaca bolsa, de irónica aritmética…!).
Le pregunté a la Esfinge que tengo a mi servicio:
–oh, cuál será la fórmula, de virtud o de vicio,
que rija mis futuros?– y los abstrusos senos
musitaron unánimes, en tono profético:
todo no vale nada, si el resto vale menos…!

II

Eblís llévese entonces la ilusión que acaricio,
me dije, seducido por frase tan sintética;
acudí, sin embargo, a otro dios más propicio:
al Buda que reniega de la física cinética…
Pendía de sus labios de palidez ascética
y presto oí del verbo los indecibles trenos,
la turbia paradoja de recta apologética:
todo no vale nada, si el resto vale menos…!

III

Pero no satisfecho de esa sentencia herética
(tan absurda a las fibras de mi amante edificio),
fui tras otras palabras de más suave fonética,
que curasen mi trágico parecer adventicio.
Ninguna, nó, ninguna! dio con el artificio
de ese bálsamo amable de perfumes amenos!
Todos fueron acordes cantando el epinicio:
todo no vale nada, si el resto vale menos…!

ENVÍO

A cuál? A quién?: al cínico señor del Maleficio,
al misterioso búho de alma peripatética!
Singlaremos entonces con rumbo al precipicio,
pero iremos impávidos, ecuánimes, serenos,
diciendo la parábola desdeñosa y estética:
todo no vale nada, si el resto vale menos…!

(1918) de Tergiversaciones


S o n a t i n a

Todavía irrumpir, irrumpir otra vez, echar
más favilas al viento,
más guijarros, más lascas, más jacillas al mar,
más sueños al azar,
más azar al soñar,
más líneas de tangencias y de evasión al cavilar.

Todavía irrumpir, irrumpir otra vez, otra vez dar
de beber al sediento,
de yantar al hambriento,
de atesorar al avariento…
Otra vez dar de amar y de yogar al sediento, avariento
[y hambriento del liento
surco del taladrar, del singlar, del arar, del navegar,
[del sembrar, del fecundar, del germinar, del
[cosechar…

Yo siempre digo como siento.

Yo siempre digo lo que siento,
yo siempre vivo como siento,
yo siempre escribo lo que siento,
yo siempre escribo cuando siento cuánto siento, sin
[cesar, sin cejar,
y siempre con aromas y ritmos, melodías y pasmos
[del soñar –al azar–,
siempre con ácidos y sales y heces y posos del
[pensamiento.
Yo siempre escribo lo que siento,
lo que siento o presiento sentir, rudo, hasta muy más
[–a lo hondo– del lacerar y el lancinar
mi corazón. Y lo que siento siento y presiento sentir,
[duro, cuando el cogitar
–pensieroso– hasta muy más –hacia el ápex– del
[meditar,
del cavilar hecho martirio, lacra, estigma, tormento.

Todavía irrumpir, ogaño. Todavía. Otra vez. Otra vez
[echar
más pavesas, vilanos, más briznas de bazofias de
[basuras al viento,
más cenizas y escorias y zurrapas al mar,
más abalorios y falaciosos oropeles y espejismos
[falenciosos al soñar –al azar–.

Más azar, más albures y suertes, más mitos delusorios
[y fábulas ficticias al soñar.

Todavía irrumpir, irrumpir otra vez, para dar
de yogar y de amar y de herir, de folgar y extasiar y
[yacer, al aún turbulento;
de beber, de placer y soñar –pero nunca en jamás de
[saciar–,
al de sólo de ensueños y fervor y furor y de ardor y de
[amor y de sedes opulento.

Yo siempre siento lo que doy en pensar.
Yo siempre siento lo que doy en pensar.
Yo siempre pienso lo que doy en sentir. Siempre
[siento
lo que doy –al azar– en trovar e idear, en soñar y
[ensoñar e imaginar
y, –juglar,
mnistril, minnesinger, trovador y poeta–, en
[fabular…
En fabular y fabular
con heces y color de fantasía, nébulas irisadas de
[ficción, sombras del divagar;
en fabular y fabular
con perfumes –de almendro y de azahar–
y ritmos y armonías y melodías en peregrino modular,
y en contrapuntos y contracantos, discantes y
[secuencias del errabundo maquinar;
en fabular y fabular
con ácidos y sales y tósigos y tóxicos y filtros y heces
[y pozos del pensamiento virulentos.

Yo siempre siento lo que doy en pensar.
Yo cuento siempre como siento:
como siento y presiento sentir y presentir entre las
[venas, entre su red
tentacular,
hasta muy más –en lo profundo– de lo anímico y
[medular,
y como pienso cogitar –pensieroso-trascendente– y
[soñar, ensoñar y vagar
-infraconsciente- hasta muy más allende (a la
[cima, a la sima) del befar,
del zaherir, de la locura en serio, del disparate, la
[bufonada, el esperpento.

Yo siempre pienso como siento,
yo siempre siento como cuento el invento y el intento
[y el portento
del momento.

Todavía irrumpir, irrumpir otra vez, derramar,
emanar, dimanar, y –con ello– aromar. Aromar:
de zábila es, de sándalo, de amomo, la savia que me
[resta dispender…

Otra vez reverter,
con ello deterger, derruir, corroer: son ponzoñas
[letales las hieles que me falta propinar,
las hieles que me falta consumir…
Todavía irrumpir, irrumpir otra vez, otra vez
irrumpir:
sólo cuenta el minuto, sólo vale el momento en
[movimiento.
Sólo importa el instante del catar:
sólo importa el instante en que se toma, se posée y se
[se goza al pasar:
y el efímero instante catar, saborear, gozar y disfrutar
[y poseer…
Todavía irrumpir.
Todavía irrumpir. Irrumpir otra vez… no cïar.
Todavía irrumpir. Siempre izar, no amainar.
Todavía irrumpir, irrumpir otra vez. No anclar en el
[recuento
De fazañas, proezas, de éxtasis y deliquios de dulce
[memorar,
de capitoso retrotraer,
de deleitable revivir…
Todavía irrumpir.
Irrumpir otra vez. No amainar. No cïar. Jamás
[anclar…:
menos –al pairo y en carena– enmohecer.
Aún menos, incurrir en el recuento de lo que pudo ser,
ni en el de empeños vanos y fallidos conatos, hechas
[de delinquir o de perder,
delusorias estancias, aciagas estadías, embaidores
[mirajes, –de sollozo y lamento…–

Todavía irrumpir. No cejar. Todavía irrumpir.
Todavía, todavía irrumpir: si todo ha de finar,
todo de se abolir,
si todo ha de finar, de caducar y de periclitar y
[de parar
–memento– en el Memento.
Si todo ha de caer,
en el no ser,
si todo ha de finar y concluir
en el se ir:
sabio es vivir viviendo a toda hora, toda hora sabio es
[vivir, vivir.
Vivir el día ya, vivir al día desde la albada hasta el
[atardecer.
Vivir al día el día hasta el se echar
En cómodo decúbito y yacer.
Vivir al día el día sin cejar y erigir:
Y erigir a lo efímero, de lo efímero, con lo efímero,
[perenne monumento.

Yo siempre vivo lo que siento,
yo siempre pienso como siento, yo siempre siento lo
[que cuento,
como invento y de intento:
con aromas y ritmos, melodías y pasmos del soñar
[–al azar–;
como invento y de intento:
con ácidos y sales, heces y posos y ponzoñas del
[pensamiento…
Como invento y de intento…

Para echarlo a volar y a danzar, a danzar y girar,
para echarlo a danzar,
a danzar y bogar y vagar,
a danzar y volar, parabolar, cabriolear y revolar
con el viento,
con el viento –que es viento para el viento,por el viento, en el viento...–

(1955) de Vélero paradójico

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No sólo en un cumpleaños se desea un felíx día.
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Happy Birthday
¿Cómo será el mundo cuando yo no pueda mirarlo
ni escucharlo ni tocarlo ni olerlo ni gustarlo?
¿Cómo serán los demás sin este servidor?
¿O existirán tal como yo existo
sin los demás que se fueron?
Sin embargo
¿Por qué algunos de estos son una foto en sepia
Y otros una nube en los ojos
Y otros la mano de mi brazo?
¿Cómo seremos todos sin nosotros?
¿Qué color que ruidos que piel suave qué sabor
que aroma
tendrá el ben(mal)dito mundo?
¿Qué sentido tendrá llegar a ser protagonista del
silencio?
¿Vanguardia del olvido?
¿Qué será del amor y el sol de las once
Y el crepúsculo triste sin causa valedera?
¿O acaso estas preguntas son las mismas
cada vez que alguien llega a los VEINTISÉIS?

Ya sabemos como es sin respuestas
Mas ¿cómo será el mundo sin preguntas?
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Angie y Mario Benedetti. XXIX-VIII-MMVI.
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E LE S T U D I O
(Retratos Hablados)
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EL HOMBRE QUE ADMIRABA

Así va, corre, busca. ¿Qué busca? De seguro que este hombre... este solitario dotado de una imaginación activa, moviéndose siempre de un extremo a otro del gran desierto de los hombres, tiene una meta más elevada que la del simple paseante, un designio más general, diferente del placer fugitivo de la circunstancia. Busca ese algo que se nos permitirá llamar modernidad, pues no encuentro palabra más adecuada para expresar la idea en cuestión. Se trata, para él, de extraer de la moda lo que pueda contener de poético dentro de lo histórico, de extraer lo eterno de lo transitorio.

Charles Baudelaire


Leer a Jaime Barrera Parra es como disfrutar la compañía de alguien en quien las principales cualidades del buen conversador se han dado cita –elegante desenfado, conocimiento de la condición humana y del mundo, sentido del gusto– o como paladear un buen coctel, nítido y estable pese a estar compuesto de una insólita mezcla de ingredientes. Pues una buena descripción del carácter del escritor, fácilmente deducible de sus obras, podría ser esta: alma santandereana, vocación antioqueña, temperamento inglés y formación francesa. Según él mismo confiesa en sus cartas y artículos, practicaba un epicureismo precoz, casi innato, de mente y corazón, que matizaba con una ironía elegante y sugestiva, de innegables efectos terapéuticos, con que se complacía en obsequiar a sus amigos o contertulios. Así le escribe a su amigo, el doctor Luis Ardila Gómez, en febrero de 1915 (a los 22 años de edad):

"Es mejor tomar las cosas como vienen, hombre. ¿Qué más da que la creencia del Juicio Final sea absurda? Todo es absurdo. Nosotros nunca podremos llegar ni a conocer la capa frágil que envuelve el misterio trágico y feroz de la vida. Unos ojos de mujer son una promesa y te dan alegría. ¿Por qué? Señor: usted sencillamente es el ser más asceta de la vida si se pone a averiguarlo. Hay que gozar de la inconciencia de las cosas, que al fin y al cabo, en ese laberinto de sensaciones, de ideas y de ignorancias que nos atropellan, lo más sabio es rendirse ante la belleza sin discutirla. Cuando sientas ganas de averiguar misterios, anda a la farmacia y te compras un poco de bromuro. Una mano blanca y jardinera de mujer sobre la frente te ahorrará muchas zozobras estériles. Entrégate a la corriente soberana y lenta de la vida".

Humor, serena templanza, altiva humildad y actitud comprensiva ante la vida, lo humano y en general las polifacéticas facetas de lo real, parecen conjugarse en una virtud cardinal de Barrera Parra: la facultad de admirar lo otro; de paladear con fruición todo lo vivido y disfrutar todos los espectáculos, triviales o solemnes, singulares o habituales, que se desenvolvían en torno a la mesita de boulevard desde donde su alma se sentaba a contemplar la realidad. Pertenecía a esa familia o tipo de hombres que comúnmente, como lo hace el poeta francés Charles Baudelaire, llamamos “hombres de mundo”. En el libro que éste dedicó al dibujante e ilustrador periodístico Constantin Guys, traza una semblanza que se ajusta perfectamente a Jaime Barrera Parra, viajero consuetudinario, diletante, cronista de Week-End:

"Su pasión, su profesión, radica en desposar la multitud. Para el perfecto vagabundo, para el observador apasionado, es motivo de júbilo inmenso elegir domicilio en el número, en lo ondulante, en el movimiento, en lo fugaz y en lo infinito. Estar fuera de casa y, no obstante, sentirse en todas partes en casa; ver el mundo, estar en el centro del mundo y permanecer velado para el mundo, tales son algunos de los modestos placeres de esos espíritus independientes, apasionados, imparciales... También podemos compararlo con un espejo tan vasto como la muchedumbre misma; con un calidoscopio dotado de conciencia que, en cada uno de sus movimientos, representa la vida múltiple y la gracia precaria de todos los elementos de la vida. Es un yo insaciable del no yo, que a cada instante lo traduce y lo expresa en imágenes más vivas que la vida misma, siempre inestable y fugitiva".

Las prosas de Barrera Parra son, como las ilustraciones del artista francés comentado por Baudelaire, apuntes, instantáneas o lúcidas reflexiones de las gentes y ámbitos que frecuentó, que sobreviven a su época precisamente porque la testimonian y porque la perspectiva desde la cual la recrean se encuentra fuera del tiempo y del espacio, en ese rincón de la conciencia donde el eterno espectador que hay en todo ser humano se acomoda para mejor disfrutar de las transitorias pero divertidas escenas que el gran teatro del mundo despliega ante sus ojos milenarios. Los humanos son admirables –piensa uno después de leer sus páginas–, pero no porque nos asombren sus misterios, sino porque nos regocija su carencia de ellos, lo previsible de sus conductas y reacciones.

Su obra literaria consta básicamente de artículos, notas o relatos como “Los dientes de Elizabeth Douglas”, destinados a periódicos o revistas, lo cual no desdice para nada de su calidad poética y significación intelectual sino que, por el contrario, este género de escritura se ajusta a la perfección a sus modos de pensar y sentir y contribuye a la precisión y desenfado expresivo característicos de su estilo. En palabras del doctor Ricardo Serpa Cuesto, editor y prologuista de sus Prosas, publicadas por ECOPETROL en 1969:

Jaime Barrera Parra... habría podido ser un gran novelista si ese hubiera sido su propósito. Captaba visual y emocionalmente los hechos cotidianos y, después de someterlos a una elaboración mental y espiritual, lograba presentarlos en sorprendente trascendencia, con secretas implicaciones que hacía surgir al conjuro de la metáfora.

A más de setenta años de escritos, sus ensayos, crónicas y narraciones continúan manteniendo la frescura y modernidad de siempre, y siguen siendo un ejemplo vigente de maestría literaria, lucidez y tolerancia. Por otra parte, sus influencias y liderazgo sobre el grupo de escritores, pensadores y aun empresarios y políticos de su generación y la inmediatamente posterior (a la cual pertenecían, entre otros, Tomás Vargas Osorio, Arturo Regueros Peralta o Ernesto Camargo Martínez), es innegable.
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Transcribamos, como ilustración para los lectores que no lo conocen, la breve nota biográfica incluida en la recopilación ya mencionada de sus prosas, por su amigo Ricardo Serpa C.:

Nacido en San Gil en 1892, cursó estudios secundarios en Bucaramanga. Los estudios superiores los hizo a su manera (con su original manera de escritor) en un largo viaje por varios países europeos. Al retornar al país trabajó en La Nación de Barranquilla. Se dedicó por algún tiempo a la política y fue elegido representante a la Cámara como suplente de Jorge Eliécer Gaitán. La muerte le llegó trágicamente al desplomarse un teatro en Medellín en enero de 1935, cuando contaba 43 años de edad, sólo un mes después de haber contraído segundas nupcias y estando ya nombrado Cónsul general de Colombia en Génova (Italia).
Rymel Eduardo Serrano
Julio, 2002

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Luís C. Sepúlveda
Por Jaime Barrera Parra

El caso de Luís C. Sepúlveda es el de un muchacho abstraído que el día menos pensado se descubre a sí mismo, siente la ambición de trotar y resuelve convertirse en personaje. De niño, en un colegio de Bucaramanga, sentía la afición de los versos y de la hamaca. Una inquietud exasperada iba saliendo a flote en los ojos morenos. Fue uno de aquellos párvulos a quienes hay que calmar con el consejo de Henry Bataille: “No se desespere, muchacho: la juventud viene con los años”.

Esa juventud vino para Sepúlveda. Dentro del cerco de las montañas santandereanas la bohemia toma un frenesí complementario. Asume la forma dramática de una protesta contra los dioses. Entre despeñaderos, bajo un sol de Argelia, la raza se suicida con el trabajo, con el aguardiente o con el tiple. Sepúlveda fue uno de aquellos mozos que corrieron la verbena piedecuestana. Equipado de jipijapa y de un revólver deambuló por fondas y caminos. Le apuntaba el bozo y se creía destinado a ser mosquetero.

Una mañana su padre resolvió enviarlo a Nueva Cork. En Santander suelen curar ciertas vocaciones melodramáticas con un viaje a los Estados Unidos. Manhattan apabulla a esos expatriados voluntarios, a más de uno les enseña el arte de no comer durante tres días, a otros los hace contabilistas y a otros les extirpa el romanticismo y la melena.

Sepúlveda conservó la suya durante cinco años. Bajo ese pelo de tenor italiano las ideas y las imágenes entraban en un formal reajuste. Un día, cualquier día de tantos, el piedecuestano se asociaba a un sindicato de grandes autores. En el Pallas Feature Syndicate, con los dos hermanos Sepúlveda, figuraban George Bernard Shaw y Guillermo Ferrero, la Reina María de Rumania y Gilbert K. Chesterton. Empezaron a rodar entonces por todos los diarios de la América hispanoparlante, junto con los humorismos de Shaw y los grandes pronósticos internacionales de Ferrero, las “Instantáneas Neoyorkinas” de Luís C. Sepúlveda. Bucaramanga sufrió entonces un ataque de hilaridad que fue muy difícil de refutar. ¿Cómo era posible que Sepúlveda, el negro Sepúlveda, el toca-tiple, el toma-trago, pudiera escribir al lado de Chesterton? Hubo necesidad de caer en la cuenta de que ello no tenía mayor importancia. Una vez adquirida esa plena certeza, Luís C. Sepúlveda volvió a ser una persona agradable y “de cierto talento”.

Talento y audacia en muy buenas dosis han determinado el triunfo de Sepúlveda. Temperamento pizpireto, que gusta de buscar el ángulo humorístico para despedazar visiones y escenas, halló gran campo de acción en la Babilonia saxoamericana. Desde los rascacielos del Down Town captó el conjunto sorprendente que luego, con una paciencia de relojero suizo, se entretiene en desarticular prolijamente.

Dentro de una civilización de bruscos contrastes, en que las situaciones cómicas superabundan, el humorista que se hallaba sin oficio dentro de Sepúlveda, empezó a ocuparse. Armado de una gran tijera de sastrería (hay que advertir que Sepúlveda, fue sastre en Bucaramanga), empezó a trasquilar a la muy venerable cultura protestante de los Estados Unidos. Trepando como un mono en el vigésimo piso de un edificio de Broadway, le tira pellejos de naranja a la muchedumbre. En el momento mismo en que el “policeman” empieza a sospechar de su actitud, se tira de cabeza al elevador, y una vez en la calle, hace el elogio de la plutocracia refulgente en cuanto ella tiene de tremendo: la Universidad, el laboratorio, la biblioteca.
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Ahora, Luís C. Sepúlveda ensaya el verso a la manera de Luís C. López. Luís de Oteyza, quien prologa “Instantáneas Neoyorkinas”, declara que por fin Nueva York tiene un poeta. Ese poeta es Sepúlveda. Hay en él un saltimbanqui empedernido que da vuelcos sobre la soledad de las personas y las cosas. Este libro, que sólo conocemos a través de las referencias incitantes del prólogo, es, en rigor de verdad, un circo. Una música de carrusel alegra sus páginas donde estalla a ratos el látigo de un conductor de cebras.

Cogemos al azar de esos desfiles, en el prólogo de Luis de Oteyza.

“Times Square” es la fisonomía de New York. Y frente a frente la contemplaba un coloso. Un cíclope, que ciclópeos son los golpes con que la copla se forja. Solo en la fragua de Vulcano se escapan chispas tales:
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“la propaganda ha hecho derroche
de prepotencia
para electrocutar a la noche”.
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Luego el poeta, el enorme poeta, halla el carácter tras el rostro. Es en “Wall Stret”, donde
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“El Banco Morgan representa lo que hoy día
es la verdadera autoridad”.
Y revela cómo, en qué
“más de una soberanía
está aprecio de ocasión”.
Trágicamente envilecidos
“los pueblos tren su independencia
y la cambian por oro”.
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Seguro de poder alzarse cuando quiera, se dobla hacia los bajos fondos. Y en “Bowery” descubre un núcleo de bandidaje y de prostitución.

“que no se exporta en la postal ni en la cinematografía”.

Pero con ser grande no sería poeta si no sintiese la ternura. Por eso muestra un enternecimiento “Park Row”, “cuna del periodismo Neoyorquino”.

Sepúlveda es un periodista romántico, que entristecido ante el “tabloid”, le increpa:
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“expulsaste al literato
y has cogido al capataz”.
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Y en seguida ríe. ¿Por no llorar...? Posiblemente, sí. Acaso sean melancólicas las burlas que le inspira el “Central Park”, “la mejor copia que la naturaleza puede hacer de lo artificial”; la “Riverside Drive”, “lugar de más de un encuentro entre hembra y varón que hace temer un nuevo fracaso de la Ley Mann”.
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“y ‘El Chato’, barrio hebraico en el cual
‘jamás ha entrado la higiene
ni se conoce el inodoro’”.
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Mas en todo caso, es una indagación que se disfraza de risa la pintura de “Greenwich Village”, donde
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“Todo es falsificado, la bohemia y el vino,
el arte y el amor”.

El comunismo no entrará en Nueva York. Inútilmente perora en Unión Square el revolucionario social:
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“Todos los obreros que habían oído
se fueron sin ruido
con rumbo hacia un cine.
(Sobre Bakounine
priva hoy un Henry Ford)”.

Se ganan buenos jornales y... ¡no hay caso!

¡Fuego! Suena el grito alarmante. Y vemos que no acongoja a nadie. Para algo tienen todas las casas escalas de salvamento. Además sabe que
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“Aquí está el seguro”.

Hasta el incendio puede constituir un negocio.

Otra vez la sátira flagela. “El Speakeasy”, aplacador de
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la sed neoyorquina
-sed clandestina
y criminal-

está descrito. Sabemos ya las precauciones con que se procede en el establecimiento oculto. Y vemos entrar un policía
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“que ni exige ni infunde respeto.
E inmediatamente
para que se cumpla la Constitución,
el agente
se toma un aguardiente
y cobra su comisión”.
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Pero –así Heyne, el gran humorista, el pontífice máximo del humorismo– Sepúlveda, en cuanto su cerebro ha destilado una farsa, su corazón sublima una elegía. Y canta seguidamente “La Estenógrafa”, a la empleada, a la mujercita pobre.
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“que por parecer bella prefiere no comer,
cuyo dilema oscila entre el hambre y la tisis
o la abundancia efímera de la prostitución”.

A la inversa –siempre como Heyne, el gran sentimental, el padre y maestro de los sentimentales– rectifica lo emocionado con lo correcto. La inquieta muchedumbre enferma de neurosis cruel, mira.
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“El Aeroplano que
desciende
como una broca sobre la acera”.

Y da la interpretación del deseo que encendió en todos los espectadores:

“Si se cayera…”

Aún presenta Sepúlveda facetas de su genio. Filosofía sabia describiendo “Bronx Park”
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“en todos los animales
en una u otra forma,
encontramos nuestros aspectos primordiales,
nuestros cánones filiales
y nuestra norma”.
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Y en “Coney Island” se alegra pueril, cierto de que
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“nuestras convenciones
tan abstrusas y tan confusas,
necesitan los sacudones
de las montañas rusas”.

A través de las transcripciones se presiente el libro, descuadernado, zumbón, como una revista para los tablados de Broadway. Si Luís C. Sepúlveda escribiera en inglés, acaso se haría rico con la venta de sus “Bi-products”.

Tal vez nunca lo sea, pero esto no tiene la menor trascendencia. En todo caso es un triunfador. Uno de esos muchachos a quienes asesina la aldea y personaliza la ciudad. Hubiera podido entregarse al aguardiente y al “requinto”, a componer endechas a los plenilunios piedecuestanos y a ser derrotado en las elecciones de concejales.

Un día se encontró con su alma. Desde ese momento estaba salvado. La lección de su vida es la de que no hay nada tan serio como la frivolidad bien conducida.
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***
León de Greiff (1991): Poesía escogida. Norma, Bogotá.
Jaime Barrera Parra (1969): Prosas. Ediciones Continente, Bogotá.
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(3) Un envío de la niña Zu (junto a La Luna de Sabines) a la Casita con el siguiente mensaje:
Me gustó mucho este dibujo de “cartones de Garzón”, tiene mucho contenido con lo que estamos haciendo.
[...] Quiero pues, compartir con la casita unas líneas que pretenden ser el preludio de participaciones futuras.

...Volar es preciso
Saquemos empolvadas alas del cajón.
Hoy es día de pájaros.

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