viernes, octubre 13, 2006

El Estudio [Retratos hablados]

ador/
Retratos de la lluvia

Hoy le abrí la puerta. No me resistí porque su atraso bastó para convertirla en la más desquiciante de las ausencias. Entró con sus seis letras y se posesionó de todo. Mal educada y tórrida. Me pobló de electricidades celestes, de reminiscencias submarinas. Apagó las luces y me dejó con el brillo del cielo de verano. Me ordenó descifrarla a la luz de las tinieblas. Se hacía llamar la lluvia.

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Nació para todos los sentidos y a todos los confunde. Mirada por los pies, olida por la lengua, gustada por las orejas, tocada por los ojos, oída por la nariz, ensaya un ligero tap sobre los vidrios para después soltarse. Gocemos de su llegada, antes de que sus excesos, sus intempestivas venidas nos hagan desear su retirada.

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Por intercesión de la lluvia, se consuman las bodas del cielo y de la tierra. Semejante idea, fruto de la teología de culturas milenarias, es capaz de experimentarla con la sabiduría del cuerpo el más humilde de los mortales.

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Sirve para citar a Verlaine o para resucitar a la gabardina, que es, con el perro, la mejor amiga del hombre. Acendra la benignidad de los alcoholes o el ansia por llegar al territorio donde otros calores recompensarán la diaria, personal e ignorada odisea de volver a casa.

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El indio aimará advirtió al aristócrata chileno, afanado en abandonar su condicion de espejo: “El poeta es un dios; no cantes la lluvia, poeta, haz llover”. Antes, un muchacho crecido que respondía al nombre de Guillaume Apollinaire, hizo papel pautado con la lluvia.

Los poemas han de valer por sí solos. Pero a veces su historia los completa, los incorpora al reino de sangre y sudor y lágrimas, al terreno –humano al fin– del cual provienen. Cuánta historia detrás de los versos de Gilberto Owen donde suelta las alas a la lluvia. El mundo era un cuarto de hotel en Nueva Cork, donde el enamorado se desvelaba acariciando la grupa del más hermoso animal de la creación. Entonces llegó la lluvia y fue preciso ponerla en sus justas sílabas :
/
Lasciva temblorosa de las tardes de lluvia
cuando tu cuerpo balbucía en Morse
su respuesta al mensaje del tejado.

***

México, postrimerías de los años cincuenta. En la habitación están los Raleigh sin filtro y el hombre que los consume. A través de la ventana, al igual que el resto de los tres millones de habitantes de ésa que en algún momento llamará inhabitable urbe, mira la lluvia declarar abiertamente la guerra a la ciudad. Que le concedan treguas las guerras gálicas y los amores del veronés por la insufrible, insoportable e insustituible Clodia. En este presente, quisiera salir a enchubascarse y descubrir, como un borracho auténtico, el secreto más íntimo y humilde de la fraternidad. Se aproxima a la hoja en blanco que por disciplina siempre se halla colocada en el rodillo de la fiel Olivetti. Nace la obertura de Fuego de pobres.

Nadie sale. Parece
Que cuando llueve en México, lo único
posible es encerrarse
desajustadamente en guerra mínima,
a pensar los ochenta minutos de la hora
en que es hora de lágrimas.

***

La lluvia es una niña que anda con pies desnudos por la calle. Puede ser lenta, terrón de azúcar disuelto en la saliva, y entonces es amiga de la ventana abierta. Suele enfurecerse, desafiar al verano y hacer de la ciudad un reino de paraguas. Pero la lluvia siempre es una niña que se retira, cansada, hasta su reino. El sol despliega su abanico y orla de luz las nubes altas, tímido y lento, por velarle el sueño.


Botella al mar

El mar un azar
Vicente Huidobro
/
Pongo estos seis versos en mi botella al mar
con el secreto designio de que algún día
llegue a una playa casi desierta
y un niño la encuentre y la destape
y en lugar de versos extraiga piedritas
y socorros y alertas y caracoles

/
El mar de Bogotá
/
A quienes amo; incluyéndome.

Si esta ciudad tiene algo extraordinario es su verano. Y si el verano de esta ciudad tiene algo extraordinario es que nos permite ir a sus playas; tomarnos una vuelta por sus mares infinitos.

A los bogotanos nos fascina el mar. Salimos, mientras se puede, a aprovechar la playa con sombreros de navegantes y pieles ansiosas por rendirse en los brazos del sol. Disfrutamos sus oleajes aéreos y sus playas, islotes y cayos de almidón.

Ahora, el mar de esta ciudad tiene ventajas que ningún otro mar en el mundo podrá alcanzar jamás: su agua marina es salada y ardiente pero no moja. Es ligera y benévola. Complaciente y, burlonamente, dulce.

(Qué útil para un ciudadano ocupado entre semana, salir y pellizcar una hora de playa; o permanecer un bocado de tarde hamaqueándose en su olas, recoger su campamento y volver expedito a lo suyo).

Los peces del mar bogotano nadan como pájaros en el cielo: instantáneos. Y aún así, se les puede ver fácilmente comiendo en un fondo bajo, como ganado pastando en el llano. Aquí las mantarrayas juguetean como gatitos con ovillos de lana. Y, a diferencia de las otras de su especie, son inofensivas y no se visten en escala de grises: sus pintas son de espíritu carnavalesco; tienen los colores de una guacamaya selvática. Pero eso sí, viven muy poco: sus bríos alocados muchas veces las llevan a morir sofocadas en redes vegetales que abundan por el litoral.

El color de la masa de agua es azul como el de cualquier mar. Y su olor, como el de cualquier mar, es mineral, pétreo, sólido, nativo. Únicamente temprano en la mañana y hacia la anochecida, huele y se colorea de champaña. En esos dos periodos la arena se encera como disponiendo lo mejor de sí para recibir o despedir a los visitantes. Las palmeras aplauden con las palmas de sus hojas pero en lugar de cocos, arrojan cacaos, vestidos de hojas tostadas y brillantes. Fuerte y oscuro, importado de la montaña seca, es su chocolate. Sirve tomarlo al final de la jornada, cuando el agua y el día comienzan a enfriarse.

Y como en playa que se respete, junto al mar bogotano están los niños policromados bailando con sus vestidos; y están (a veces, estamos) los amantes –atentos a la respiración náutica–, cerrando con un beso la tarde aceitunada de retozos, de ventarrones de arenisca, de salpicaduras y de sol.
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* * *
Los "Retratos de Lluvia" son de Vicente Quirarte (1994). Enseres para sobrevivir en la ciudad. Norma. Bogotá
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La "Botella al mar" es de Mario Benedetti (sin fecha). Inventario. Fundación promotora colombiana de cultura. Bogotá
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"El mar de Bogotá" es de Jonathan.
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Las ilustraciones son de

ÁNGEL CAJAL
(1 y 3) Tulipán de agua I y II, 2004, imagen digital (base calcográfica)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

No sabe cuánto envidio su mar! Por acá he estado buscando uno parecido pero hasta ahora no he encontrado nada más q arena... ¿Será acaso de una playa o algún desierto? Cuénteme de q color son las gaviotas del mar bogotano... ¿Hay sirenas allí?... ¿Son como las q conocemos?... ¿Podría enviarme a vuelta de correo algunas conchas marinas y unas cuantas gotas de sus aguas? Tal vez juntándolas con la arena resulte mi mar bumangués, o tal vez un oasis... a lo mejor no resulte nada. En todo caso, las olas del Tairona aguardan por mí.

Querido poeta 7k: desde tu verano feliz, acuérdate de nuestro cruel invierno, y ruega por nosotros los solitarios. Amén.

Anónimo dijo...

No sabe cuánto envidio su mar! Por acá he estado buscando uno parecido pero hasta ahora no he encontrado nada más q arena... ¿Será acaso de una playa o algún desierto? Cuénteme de q color son las gaviotas del mar bogotano... ¿Hay sirenas allí?... ¿Son como las q conocemos?... ¿Podría enviarme a vuelta de correo algunas conchas marinas y unas cuantas gotas de sus aguas? Tal vez juntándolas con la arena resulte mi mar bumangués, o tal vez un oasis... a lo mejor no resulte nada. En todo caso, las olas del Tairona aguardan por mí.

Querido poeta 7k: desde tu verano feliz, acuérdate de nuestro cruel invierno, y ruega por nosotros los solitarios. Amén.

Anónimo dijo...

No sabe cuánto envidio su mar! Por acá he estado buscando uno parecido pero hasta ahora no he encontrado nada más q arena... ¿Será acaso de una playa o algún desierto? Cuénteme de q color son las gaviotas del mar bogotano... ¿Hay sirenas allí?... ¿Son como las q conocemos?... ¿Podría enviarme a vuelta de correo algunas conchas marinas y unas cuantas gotas de sus aguas? Tal vez juntándolas con la arena resulte mi mar bumangués, o tal vez un oasis... a lo mejor no resulte nada. En todo caso, las olas del Tairona aguardan por mí.

Querido poeta 7k: desde tu verano feliz, acuérdate de nuestro cruel invierno, y ruega por nosotros los solitarios. Amén.

uNa dijo...

muy buen dìa para ustedes señores, bueno pues ya habia visitado su pàgina, y siempre como con "la gana" de escribir algùn comentario, solo q en realidad no tenìa nada interesante por escribir, y ahora sòlo tengo un "hola, para reportar sintonìa", igual nada interesante... pero bueno en fin... voy a escribir una estupidez pero bueno, es mi inquietud y es la siguiente, lo de la playa de bogotà fue en realidad algo que surgiò de tu imaginaciòn o fue despues de que "recrearan" la playa como tal, en algunos puntos de la ciclovia... bueno le cuento al querido chemas q la gente sacò sus piscinas inflables... , es decir la gente iba a la playa (donde no habia mar, por obvias razones) pero llevaba su piscina inflable, ey muy bonito no?... bueno empezando a arrepentirme de lo que escribo y con ligera pena, me despido y acepto que no quieran que vuelva a entrar a su casa... chauuu
yo, flor de loto 8 ;)