sábado, septiembre 30, 2006

El Salón [Apuntes cotidianos]


Desde mi trinchera


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El jazz vive en Floridablanca,
el jazz florece en Floridablanca
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“Si no es amor la empresa, tristes, tristes. Tristes armas si no son las palabras, tristes, tristes. Tristes hombres sin no mueren de amores, tristes, tristes.”
Miguel Hernández (1910-1942).

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El Festival de Jazz fue para los floridablanqueños algo así como lo que Woodstock´69 fue para una generación entera: tres días inolvidables. (Entiéndase por floridablanqueños a todos los forasteros amantes del jazz que acudimos a la cita en Floridablanca ante el llamado imperativo de la buena música, en ese sentido se puede decir que fui habitante de esa ciudad por unos días, y en otro, que seré habitante del jazz para toda la vida.)

Algo más, el Festival de Florida fue como mi propio Woodstock, a mi estilo, obviamente, sin tantos sobresaltos. Mi euforia no tiene nada que ver con desordenes, locura, ni estupefacientes, es más una cuestión interna, espiritual si se quiere. Supongo que no soy el único que definiría de alucinante la experiencia de sentir sin preservativos las vibraciones de la música en vivo. Los tres primeros días del mes de septiembre del año 2006 quedaron tatuados para siempre en la memoria de los adictos al jazz.

Y es que el festival de rock más importante de todos los tiempos bien se podría comparar, en algunos aspectos y guardando proporciones, con el festival de jazz más importante de todos los tiempos… en Floridablanca. Si por la tarima del 69 se pasearon los iconos de la historia del rock´n roll, en la del 2006 lo hicieron los ‘monstruos’ de la historia del jazz que aún está por escribirse.

Esta vez no estuvo en el escenario Carlos Santana pero sí el legendario guitarrista Gabriel Rondón, que no salió por la puerta de atrás sino por la ‘Puerta de Oro’; en lugar de Jefferson Airplane estuvo la Sincopa Jazz Band con su habitual vestimenta al estilo de los 20´s y su sonido característico que hace recordar bandas insignes del género como la de Duke Ellington. (Y sería imperdonable no mencionar a la hija del maestro Janusz, que con su violín y belleza báltica regaló notas sublimes y también robó el corazón de más de uno); el exotismo del sitar Ravi Shankar fue reemplazado con creces por el virtuosismo del contrabajista santandereano (y para más señas egresado de la UIS) José ‘Chepe’ Ariza, que se robó el show como de costumbre; los paisas de Puerto Candelaria, la versión jazzistica-contemporánea de The Who, demostraron que el jazz y el buen sentido del humor no están divorciados.

Si en gringolandia se hizo presente el genio enfurecido de la diosa incomprendida Janis Joplin, ‘La dama blanca del blues’, Floridablanca se estremeció con el en-canto de la carismática Diana Minerva Flórez, quien nos hizo evocar a la ‘Señora del Jazz’, la mítica Ella Fitzgerald. Diana Minerva hizo honor a su nombre, es decir, cantó como diosa que es, hasta la mismísima Atenea en su balcón del Olimpo escuchó celosa a la mortal cantar alegres canciones desde la Tierra, incluso le regaló flores. Only you, decía la canción, only you...
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Only you
can sing like the goddesses
your voice shivered to the Earth
the sky and to the Olympus.
Ella made you a blink from heaven
she smiled.
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¿Y qué mejor regalo para un amante de la bossa-nova que escuchar las composiciones de Antonio Carlos Jobim con la abnegada compañía de los caracolíes? Esto no tiene comparación. Toda minha saudade desapareceram quando eu escutei Garota de Ipanema debaixo daquela lua cheia floridenha. Eu não lamentei para ser assim sozinho. A noite estava perfeita.

Como es habitual en los grandes conciertos, el cierre corre por cuenta de un grande. Jimi Hendrix despidió Woodstock con la magistral interpretación del clásico Star Spangled Banner llevando al éxtasis (y de paso al LSD) a la multitud, la noche de un domingo del 69. Este año la clausura no pudo ser en un punto más alto, perdón, en una nota más alta. La apoteosis del festival se vivió con la presentación de Antonio Arnedo, Oh Maestro!, la misma noche del domingo pero 37 años después. El clarinetista colombiano de ancestros riojanos me dejó levitando en mi palco improvisado de la Casa Paragüitas. Un asistente vecino a mi asiento lo catalogó de ‘demonio’ después de su magistral intervención, yo en cambio diría que es un ángel (vestido de negro) que con su luz musical ilumina las tinieblas humanas. Si para el Juicio Final el Cielo no pudiese contar con la trompeta del ángel Gabriel, el ‘ángel’ Antonio no tendría inconveniente en interpretar las melodías apocalípticas con su clarinete, entonces Dios ante tal majestuosidad no tendrá más que absolver a la humanidad y declarar irrevocablemente al infierno, la Tierra y el Cielo como único territorio de fiesta, al jazz como su himno y su bandera, y al maestro Arnedo como su guardián, por los siglos de los siglos.

En Woodstock predominó la lluvia, el barro y la cannabis sativa. La segunda versión, realizada 25 años después, no resultó igual a la primera. Si bien es cierto que abundaron el barro y los alucinógenos, le faltó ese ingrediente fundamental que algunos llaman magia. Era otra época. En Floridablanca sucedió algo similar, o más bien lo contrario, el segundo estuvo mejor que el primero. Y es que la primera edición, realizada el año pasado y también de gran calidad, estuvo pasada por agua y además no contó con mi presencia. Lamenté no haber ido a causa de un aguacero. Iré el próximo año, si es necesario compraré un paraguas con tal de ir bien preparado, lo prometí. Lo compré. Esta vez el barro de la condición humana fue dignificado con música; el olor de la yerba mágica apenas se sintió; el jazz, como un buen anfitrión, me abrió sus puertas y me llevó hasta su jardín florecido, y, contrario a todos mis pronósticos y cálculos, no llovió.

Este fue un festival con altura pero a la criolla, qué más se podía esperar (no olvidar que estamos en Colombia). Cualquier desprevenido transeúnte que escuche decir “Festival de Jazz en Floridablanca”, inmediatamente se puede imaginar a los burmangueses (burgueses bumangueses) fumando pipa con la pierna cruzada y el ceño fruncido, bebiendo trago costoso, y claro, comiendo obleas (no olvidar que estamos en Colombia). Percepción un poco errada esa. Para la sorpresa de muchos y la incredulidad de otros, en Floridablanca el arequipe fue el principal ausente; el chuzo, el chorizo y la mazorca asada reinaron en la ciudad dulce; el whisky y la champagne simplemente fueron desterrados, y los rostros escépticos regresaron a casa eclipsados por el sol brillante de una batería, un contrabajo, un piano, un saxofón, un clarinete…

- Señor Alcalde, arréglenos las vías, gritó un indignado ciudadano camuflado en la multitud. ¿Qué sacamos con construir los edificios más altos y bellos, si no tenemos la cultura para conservarlos?, replicó el presentador del evento en tono un tanto reflexivo. Yo añado: los huecos de las calles podrán esperar, las almas ávidas de buena música, no.

El jazz no es música aburrida para unos pocos aburridos intelectuales, desde sus orígenes fue concebida como música popular, para gente común y corriente pero de alta sensibilidad, oído refinado y exquisito gusto musical, gente inconforme que se niega a comer de la podredumbre que hiede en las emisoras comerciales. Otra cosa muy distinta es que la mayoría prefiera mover el esqueleto al ritmo de los instintos antes que atreverse a encontrar en la música otra forma de escuchar la vida. ¿Que sería de la ciudad bonita si en el dial bumangués se encontrara menos música banal y más música con contenido?. Respiraríamos una ciudad distinta.

Estuve en Florida-Jazz y eso es mejor que haber estado en Woodstock, no tuve que pedir visa, sólo tuve que pagar un pasaje de bus urbano, relajarme sin ayuda de fármacos y disfrutar la música a flor de piel. Será, pues, hasta el próximo año.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Es bueno saber que existen personas interesadas por la cultura y por eventos como
Woodstock-Blanca '06 en su versión para amantes del jazz

Anónimo dijo...

Bacano!!! yo tambien aisti
Que viva Santander!!!!!!

Anónimo dijo...

Me alegra que se haya saboreado el Festival... Ojalá nutra harto su espíritu.

A pro, gracias por los regalos de recuerdo del suceso... Y claro, por la crónica.

Anónimo dijo...

Cada vez q leo su dichosa "crónica", me gusta menos. Y es q viéndola sin el maquillaje q le colocó y a la luz de la calma, se me hacen forzadas algunas comparaciones, desacertadas en algunos casos, ridículas en otros; me parece, con todo respeto, q recayó en clichés literarios, en esquemas de narración machacados, en adjetivos tornasolados, baratos. Le faltó explorar mucho más, ir más allá de lo predecible, de lo q a cualquier parroquiano se le hubiera ocurrido. Lo q pudo ser el relato fascinante de un melómano, terminó siendo una nota light de revista rosa de peluquería.

Pero por lo demás bien, don Chemas. Poner el festival de Florida a la altura de Woodstock`69 sólo puede ocurrir en una cabeza disparatada e irresponsable como la suya, al menos eso se le abona. Se nota el esfuerzo, el sudor con q parió cada palabra. Para la próxima debería escribirse una crónica acerca de laxantes para aliviar el estreñimiento mental, de eso usted sí q sabe.