Hombres y otros artilugios
Hace 4 meses desfilaron en esta casa las mujeres más atractivas de la ciudad. 4 meses! y sólo hasta hoy se nos despertó la envidia. Es que los hombres tenemos eso: nos gusta el pensamiento lento. O más bien, somos lentos de pensamiento.
Como sea, nos hemos desquitado: nosotros también podemos recaudar audiencia. Detrás de la puerta encontrarán una infinidad de hombres y otros artilugios de consumo. Esperamos con fe que puedan con ellos alimentar el ojo.
Él
Tenía la cara de un hombre que llega de lejos,
que ha vivido en ínsulas extrañas
y morado en el yermo primigenio.
Iba por la calle como quien va por un desierto,
sus ojos fijos en bellos espejismos
sus pies hundidos en la arena del tiempo,
oyendo apenas el silbido lacerante del viento.
Era un profeta extraviado entre la multitud
en un curioso atuendo de otra época
y que cantaba en la noche canciones increíbles
y guardaba silencio bajo el sol,
sol negro, oscuro y tenebroso para él,
habitante de la caverna, cazador nocturno,
y era entonces que se hundía en sus sueños
a lo largo de las calles solitarias,
en medio de las plazas abandonadas,
y en los parques volaba como un pájaro
muy lejos de la hierba y de las flores,
un ser de otro tiempo, inerme, torpe,
fantasma de alguien que nunca fue,
sombra de una sombra, y ni siquiera eso.
El hombre que amaba a las mujeres
Tu credo fue sencillo: amarlas a todas
en la media humana de tus posibilidades. A esta
por su espesa cabellera roja, a aquella por sus
[piernas, sus delicados hombros,
su mirada miope, su timidez o su ternura
[de heroína de novela rusa.
Las amaste tal y como eran. Sin mentiras,
[sin falsas promesas de novio o de marido.
[Por eso la urgencia de tus peticiones
y de tus gestos limpios
nunca tuvieron un rechazo.
Tu credo fue sacrílego en un mundo que ama las
[generalidades,
las palabras elocuentes, las buenas causas,
[las mentiras.
Para qué explicarles a los necios
la felicidad de los detalles.
Las amaste a todas, incluso
a la que corría con el pelo al viento
doblando la esquina
y te causó la muerte.
También ellas te quisieron. Y, aunque no lo sepas,
llegaron puntuales a la última cita.
Como fieles sacerdotisas,
te velaron en la forma debida.
Llegaron por montones,
venían del pasado, cada una con la flor de un
[recuerdo feliz.
Algunas, antes de la entrada al cementerio,
apartaron a sus hombres. Porque
de eso se trataba: un funeral exclusivo de mujeres.
Nunca lo sabrás, pero te lo digo: en el instante de
la verdad
en que la tierra cae sobre el ataúd
desfilaron una a una y desde abajo
sus talones fueron de nuevo “los compases que
circulan el planeta
dándole equilibrio y armonía”.
Cuando ya te ibas, te acompañó la vida.
Las mujeres que son la vida.
El 7 manes en concierto
El trashumante Mateo
Conoce, pues trajina por pueblos y caminos,
medio mundo. Es un raro músico de arrabal,
de trágica melena, grandes ojos bovinos,
crepusculares ojos de soñador sensual.
Fue fraile inverosímil, turnó con asesinos,
mercachifle ambulante, sacapotra genial,
tiró el dado en las mesas de todos los casinos,
durmiendo en un palacio como en un hospital.
Y hoy torna, fatigado de su larga odisea
de vagabundo, a esta soporífera aldea,
para después, acaso, sin saber con qué fin,
bifurcarse por otra ruta desconocida,
siempre exótico, siempre bajo la misma vida,
zurciendo su inefable tristeza en el violín…
El gatopardo
Sabías tantas cosas
Fabrizio, príncipe de Salina,
Con las dosis exactas de nostalgia y de cinismo.
Del pasado poco queda
Y llega el momento
En que toda revolución se aquieta.
Por eso hay que seguir el espíritu de los tiempos,
Acomodarse.
Los pueblos odian
A quienes quieren despertarlos
Y la política es el arte de medrar.
Tenías razón: “algo tiene que cambiar
Para que todo permanezca como estaba”.
Lo que importa
Es amar el intenso cielo azul y las montañas.
Conversar con las muchachas
Y creer, por un instante,
Que la muerte únicamente ocurre a los demás.
Bailar con ellas el último vals de la sensualidad.
Saber que la vida no es más que un bello melodrama
Y un día habrá que salir con dignidad del escenario.
Y esperar, esperar eternamente
Que otra vez
Las fieles estrellas nos deparen
Una cita menos breve.
Al Padre Donoso
“Aquí estoy porque he venido
que es una razón que aplasta”
Humboldt
¡Ah, mi querido Padre!... ¡Qué bien estoy en
[esta…
metrópolis, comiendo repollo y salchichón,
sin moscas ni mosquitos en la sabrosa siesta,
y sin que usted me pida que vaya a oírle un sermón!
Repican las campanas del corazón… ¡Oh, fiesta!
¡Y yo que quise un día -¿No es cierto, corazón?-
ponerme en cuatro patas, quitándome la testa,
para en un bosque virgen vivir como un gibón!
Pero hoy aquí me arrulla la cítara de Orfeo,
mientras me hablan las cosas que miro en un
[museo.
-La cerveza la sirven en jarros de a un galón-.
¡Y las mujeres, Padre, son una maravilla!...
Las unas con el pelo color de mantequilla,
y las otras… oh, Padre, no tengo absolución.
A los inquilinos que han dejado habitaciones desocupadas...
Ausencia de la casa
Donde estuvo la casa
queda el aire.
No se sabe por qué.
Nadie pudo
destruir su contorno
en los jardines,
la sólida techumbre que impedía
el vuelo de los niños tras los sueños,
las rejas enhebradas de jazmines,
los balcones.
Otra tuvo que ser
la causa de su salto hacia el vacío.
Las ventanas quizá se abrieron juntas
y partieron de golpe cielo arriba,
aleteando las hojas de madera
como antes lo hacían cuando el viento.
O las puertas, tal vez
fueron las puertas
al forzar los dinteles y las jambas
en busca del espacio contenido
en las líneas estáticas del muro.
Todo ha podido suceder en torno
de esa huida sin rumbo de la casa.
Todo menos que mano alguna hiriera
su cuerpo que habitaba la alegría.
Él es Nicolás Suescún, artista bogotano nacido hace suficientes años como para que la alcaldía de su ciudad le otorgara en 2010 el Premio Vida y Obra, el reconocimiento más importante que se concede en Colombia a la trayectoria de un artista.
El gatopardo y El hombre que amaba a las mujeres son uno solo: Luis Fernando Afanador, ibaguereño, amante del cine, los libros y, claro, la poesía. Ya había visitado La Casita en 2008 con Miravalle, un hermoso poema sobre aquella juventud que nos acompaña siempre.
El trashumante Mateo y el escribiente de la carta al Padre Donoso es Luis Carlos López. Alias “el tuerto” por bizco. Cartagenero, cosmopolita, sibarita. Pasó del villorrio a la metrópolis sin perder ese desparpajo costeño que lo llevó a obtener su doctorado honoris causa como maestro de la caricatura poética otorgado por la resonada universidad de la vida.
Las caricaturas a lápiz se tomaron de los acervos digitales de Miguel Covarrubias en la Universidad de las Américas de Puebla, México.
http://catarina.udlap.mx/u_dl_a/acervos/covarrubias/expedientes.html
La caricatura de DH Lawrence la sacamos de http://www.alagram.co.uk/
Los avisos de arrendamiento en goooooooooooooooooogle.
***Beijos!
1 comentario:
Pues mano, qué le dijera yo... no me está preguntando y tampoco es q le quiera contar... hermanito, yo ya tengo todos mis coroticos arrumados en una cajita, deme más plazito para descocuparle la mediagua, diga no má..
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